Aunque no está del todo claro, parece haber cierto consenso entre los historiadores de la religión en que el origen de la palabra "religión" hay que buscarlo en el verbo latino
religare, reunir. Sin embargo, algunos autores (retomando la versión de Cicerón para la palabra
religio) apuntan más bien a otro verbo latino:
relegere, leer atentamente, algo así como intimar, interiorizar.
El profesor Francisco Díez de Velasco propone que deberían contemplarse ambas, en una especie de etimología convergente, una mezcla fundida por los siglos que viene a juntar en un solo término ambas vertientes de este concepto complejo: la de unir a la comunidad y a ésta con las divinidades, por un lado; y por otro, la de poner en contacto a la persona con su intimidad más profunda.
Estoy en el convencimiento de que el asunto psicosocial de la religión es todavía más complejo. Le encuentro al menos una vertiente más, y sugiero para ella una tercera posibilidad etimológica que -si aceptamos la hipótesis del profesor Díez de Velasco- también habría venido a fundirse con las anteriores. Sería ésta:
relegare, desterrar. Parece que éste era el castigo reservado en Roma a los ciudadanos ilustres que estorbaban pero a quienes por su importancia no se consideraba oportuno ejecutar.
Algo parecido a esto hacemos con nuestras tragedias vitales cuando inventamos dioses: por un lado queremos olvidarlas, y entonces las disfrazamos míticamente y las desterramos a otra dimensión, a un olimpo que no es de este mundo; por otra parte, adoramos sin saberlo a eso que previamente hemos alejado, reconociendo inconscientemente su importancia central en nuestra vida. Relegamos, y a la vez no dejamos de tener presente; quisiéramos olvidar pero no podemos. Quizá por ese empeño en desterrar es también por lo que se ha perdido esta (hipotética) tercera fuente:
relegare.